El pueblo unido: la política en tres libros infantiles

Tres libros arriesgados que engrandecen el imaginario de lo político. Leones y ovejas con coronas que de un momento a otro cambian su personalidad y se transforman en tiranos. Guerras cruentas entre lagartos y rectángulos. Todas estas obras guardan grandes dosis de humor que permiten al lector construirse sus propias opiniones ante un mundo nada de sencillo, pero del que más vale estar alerta.

Por Germán Gautier V.

Desconfío de esta oleada de libros para niños bien. Parecen dulces hasta el hartazgo, lucen como el merengue, se venden como la mejor torta de cumpleaños. Pero en el fondo son maquetas, utilería artificiosa. Me apasionan los libros que no tratan al lector como un ser bobalicón y sí como un sujeto transgresor. De eso se trata la infancia a fin de cuentas, de recorrer un camino propio alterando órdenes. Por eso nos fascinan personajes como Max, de Maurice Sendak —por citar un clásico—, porque escudriñan y extienden el fértil patrimonio infantil de lo posible.

En el actual océano de libros para niños hay que ponerse escafandra para bucear entre abismos y encontrar un libro con agallas. Las cosas en el mundo están bastante agitadas como para hacerse los suecos. La ciudadanía dejó de empuñar banderas y ahora ejercita directamente su poder en pequeños espacios de forma autónoma y colectiva. Los problemas, claro, siguen siendo los mismos: migraciones, dictaduras, hambre, envidias. Tensiones por doquier. Ningún niño podría abstraerse de esta realidad; la literatura tampoco.

(Océano, 2016)

Por eso, destacamos tres libros que ponen el acento en lo político (cuando pregunté en librerías y bibliotecas por textos  de estas características me miraron como si fuera un alien). Lo hacen desde un mundo animal, que representa fielmente las realidades sociales y políticas que sus editores se atreven a mostrar. Algunos rozan la fábula, otros abordan el humor y todos nos dejan con un semblante entre risueño y reflexivo.

Demasiado joven murió el escritor e ilustrador belga Mario Ramos. Creador de los lobos más variopintos y dueño de un humor atento, muestra en su último libro El pequeño Cuchi Cuchi (Océano, 2016) la historia de León, un león muy pequeño que acaba de asumir la corona. Este símbolo de poder lo hace cambiar; desde su trono y rodeado de un séquito de gorilas las cosas se ven diferentes y las leyes —como amputarle las alas a los pequeños pájaros— se dictan a su antojo. Lo que podría ser la historia silvestre de un dictadorcillo de poca monta, se torna en un relato crudo mediante las ilustraciones del autor. Ante la protesta de los animales, León decide declarar la guerra al reino vecino.

La imagen de un rey solitario en su balcón, mientras abajo el bello espectáculo es representado con pincelazos y salpicados de vivo rojo, nos remite al emperador Nerón. Con muy pocos elementos, pero haciendo gala de su talento, Ramos logra sintetizar en esta doble página el horror del poder. El relato se interrumpe con la aparición de Tifanny y su polluelo recién nacido, Cuchi Cuchi, a quien su madre olvidó cortarle las alas. Cuchi Cuchi es travieso, curioso y valiente. Es la prueba de la inocencia y frescura infantil. Esta pequeña ave, pese a su estatura, se atreve a cuestionar el orden del reino.

— Si es tan malvado, ¿por qué es el rey? —insistió Cuchi Cuchi.

—Porque tiene la corona —respondieron los animales.

—¡Eso es ridículo!

Las alas de Cuchi Cuchi le permiten tanto volar como pensar. Así le quita la corona al rey y comienza a probársela a distintos animales. Cada uno de ellos se tomará muy en serio su papel siguiendo la misma línea que su antecesor. Este casting del poder ridiculiza la misma idea. Nadie es digno de llevar la corona. Finalmente, Cuchi Cuchi la deja caer al mar y la historia volverá a emerger por sus mejores cauces cíclicos.

Por otro lado, Lagartos verdes contra rectángulos rojos (Hueders, 2016), del británico Steve Antony, es un libro que tiene alma de juguete. No guarda nada extraordinario; hojas y tintas son sus elementos principales, pero la simpleza con la cual se creó nos permite hablar de un tema tan candente como la guerra y la paz como si estuviéramos en la playa debatiendo entre barquillos o palmeras. Los lagartos verdes y los rectángulos rojos están en guerra. Una guerra fratricida como solo ellos pueden tenerla. La lucha es sin cuartel. A veces los lagartos parecen tener acorralados a los rectángulos, pero estos son inteligentes y contraatacan. Ahora la situación se ha invertido. ¿Les suena familiar? Yo estoy escuchando el guión de mi sobrino y sus amigos cuando juegan con sus monos. La pregunta del lagarto es de perogrullo: “¿Por qué estamos peleando?”.

Pero un rectángulo rojo lo aplasta y la guerra se intensifica hasta que ambos bandos no pueden luchar más. “¡Ya es suficiente”, exclama un rectángulo rojo. Parece que la paz se avecina. Si decíamos que este es un libro lúdico, más se sorprenderán al descubrir que su autor es desde pequeño daltónico rojo-verde. Es un libro genial que permite ver la realidad con otro prisma. Tal como Steve Antony pintaba de niño el cielo color púrpura, cualquiera puede desmontar un tema tan lúgubre y plasmarlo en un estallido de creatividad.

 

(Hueders, 2016)

(Algar editorial, 2015)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por último, Felicio Rey del rebaño (Algar, 2015), del francés Olivier Tallec, nos cuenta a través de una fábula rimada el absurdo que se puede alcanzar con una cuota de poder. Siempre el humor ha sido un arma poderosa contra la tiranía, y en esta obra queda en evidencia a través de una moraleja nada explícita, que el lector sabrá captar entre carcajadas.

Felicio es una oveja que tras un ventarrón, sin saber leer y escribir, quedó coronado. Página a página, Tallec nos muestra a través de una expresiva ilustración cómo la potestad va transformando los ánimos del inesperado rey. En un comienzo Felicio buscó un trono y una cama real, luego dio discursos al pueblo y también salió a cazar leones y ciervos. Felicio no solo cambia su mirada (ahora altanera), sino que abandona sus pastizales de siempre para pasearse con bastón y sombrilla por unos jardines elíseos, brindar espectáculos en su palacio y ordenar un batallón de ovejas. Este álbum sorprende por los guiños al lector adulto, pero también por la simpleza y fuerza de sus textos rimados. Ambos logran conjugar muy bien la idea central: el absurdo de la autoridad hasta decir basta. Como en el caso de El pequeño Cuchi Cuchi, un cierre circular nos hace reflexionar sobre lo efímero de nuestros actos.

Tres libros arriesgados que nos acercan el imaginario de lo político. No vale quedarse con una primera lectura sosa, sino leerlos y releerlos con una cuota de rebeldía. Así como Max también se calzó la corona en Donde viven los monstruos, cada lector podrá explorar y cuestionar los vericuetos de la autoridad para construir otros órdenes posibles aun cuando la libertad traiga consigo nuevas complicaciones.

Este artículo fue publicado en agosto de 2016 en el boletín n° 3 del comité de valoración de libros Troquel.

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